Es Tombuctú una ciudad que, cuando aún hoy se nombra tiene un alto grado de misterio y exotismo. Se trata de una ciudad situada en Malí, muy cerca del borde del desierto del Sáhara. Una ciudad musulmana que durante muchos años fue un destino inalcanzable para los no musulmanes, pero deseado por muchos europeos que veían en esa ciudad un lugar mítico del que ningún hombre blanco había vuelto para contarlo.
El primer europeo en llegar a Tombuctú fue Gordon Laing en 1826, un explorador británico (escocés para más señas) que si bien tuvo el honor de ser el primer europeo no musulmán en entrar en la ciudad, no pudo contarlo ya que murió asesinado al salir de la misma tras cinco semanas de estancia en su interior. Fue estrangulado y decapitado, su cuerpo no pudo ser recuperado y se conoce su historia gracias a su sirviente personal quién sí que pudo sobrevivir al ataque.
René Caillié el primero en regresar
Cuatro años después del triste final de Laing, fue el francés René Caillie quién de una manera más discreta que todos los exploradores que lo intentaron primero, se aventuró en la misteriosa ciudad. Sin sirvientes, ni escolta, ni guardias decidió partir hacia Tombuctú con otras armas: leyó y estudió el Corán, aprendió árabe, llevaba el vestido tradicional, siguió las tradiciones y normas culturales, y se creó una identidad nueva presentándose como un árabe nacido en Egipto. Al final se ha demostrado que es más efectivo mimetizarse con el entorno que ir con tanta parafernalia, sino que le pregunten a Ali Bey o a Sir Richard Burton.

Caillié se sintió algo decepcionado ya que en Tombuctú no encontró edificios con paredes de oro, animales fabulosos o especias, si no una ciudad de color marrón hecha de barro y en sus propias palabras “una urbe empobrecida y ruinosa”. Allí vivió durante dos semanas con un hombre llamado Jeque Al Bekay, tomó muchas anotaciones que escamoteó entre las páginas del Corán y finalmente abandonó la ciudad (manteniendo la cabeza en su sitio), siguiendo una caravana de esclavos que se dirigía hacia Marruecos atravesando el desierto del Sáhara.
El viaje de Caillié se vio plasmado en un libro de viajes escrito por él mismo llamado “Journal d’un voyage à Tombouctou” editado en 1830. Además al regresar a Francia se embolsó los 10.000 francos que había prometido el gobierno francés a la primera persona que visitara la ciudad y regresara.
Las impresiones de Caillié sobre Tombuctú fueron inicialmente cuestionadas en Europa, tal vez los románticos simplemente se negaron a creer que la hermosa ciudad de oro de la leyenda era sólo un lugar sombrío donde las personas dormían en los portales.
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